Acompañándonos al menos desde el siglo XIV, las cartas del Tarot han sido siempre un objeto de culto intrínsecamente ligado a los misterios del ser humano. Con menor o mayor presencia telúrica, su uso se ha popularizado y corrompido a pares, pero ha pervivido con una sola convicción. La de escudriñar nuestros propios secretos para purgar los caminos y hallar la verdadera meta que pretende cada individuo solo.
Arte atávico
El misterio ha sido siempre uno de los componentes esenciales de la historia del ser humano. Razón por la que, a lo largo de toda su cronología, las prácticas rituales y de índole mistérica han permanecido casi inmutables ante el paso del tiempo y, en mayor o menor medida, han constituido parte de sus engranajes más atávicos. Pero, si bien algunas de dichas prácticas tuvieron o tienen como objeto la veneración de la naturaleza o de los dioses que habitan tras su mística belleza, otras encuentran en su desarrollo un propósito distinto. Y que, por lo general, esboza el propósito de fisgar en todo cuanto nos envuelve y, en definitiva, vertebra nuestra identidad.
Al menos des del siglo XIV, las cartas del Tarot han sido tanto objeto de culto, como de ostracismo por su vínculo con cuanto se oculta tras las bambalinas de la existencia. Aunque muchos puedan creer que se trata de un juego sugestivo mediante el que avivar el morbo y, de paso, reafirmar nuestra relación con lo inexplicable, la realidad es que se trata de un recurso mediante el que ahondar en el inconsciente. Consideradas también un arte de culto, dada su simbología representada incluso por artistas como el surrealista Dalí en distintas versiones, basta con echar un vistazo a un blog de Tarot para percatarse de su gran potencial.
Acceso al plano psicológico
El Medievo, espacio temporal donde se fechan las cartas del Tarot, se ha caracterizado siempre por ser un gran vergel mitológico. Quizás debido a su sabido estancamiento tecnológico, en una línea temporal que apenas sufrió cambios significativos en aspectos que hoy consideramos cotidianos, su decurso fue, sin embargo, de una explosión mitológica sin precedentes. En esa línea se sitúan, en cierto modo, las barajas del Tarot, cuyo uso ha pervivido hasta nuestros días instalándose en nuestra cultura popular como, lejos del entorno de las ferias, un recurso místico con el que hay que guardar respeto.
El proyecto personal de Ester Sanchidrian nos abre ya una puerta a ese misterioso espacio que es la invocación psicológica del Tarot en nuestra historia. Básicamente, el uso de sus cartas trata de acceder a nuestra psicología con el propósito tanto de explotar cuanto sea posible de nuestro ser, así como de advertirnos de conductas futuras que, en cierta medida, podrían perjudicar nuestra evolución. Es por dicho motivo que sus focos de atención se centran en distintos y variados estadios, que abarcan desde la cuestión económica y la salud, hasta el plano emocional e incluso astrológico. Asimismo, con variaciones como el Tarot egipcio o el gitano que, en distinto grado, nos ayuden a redescubrirnos mejor.
Simbologías para conectar la mente
Contrariamente a los clichés que la literatura y el cine han establecido sin escrúpulos situando las tarotistas como simples feriantes, el Tarot no constituye una fuente vital de guías para afrontar la vida, sino que construye un soporte para seguir avanzando. Poco se habla de la gran tarea psicológica que aguarda tras su uso, donde la profesional actúa ante nosotros tratando de descubrir qué nos preocupa y, si es posible, cómo remediarlo o facilitar su proceso. Del mismo modo, también es cierto que una parte de su procedimiento guarda relación con un misterioso cariz que vale la pena experimentar, pero con el que también mantener distancias. Más que un juego, hablamos de una necesidad psíquica inherente a la esencia humana.
La simbología que más se aferra a nuestros sentidos puede ser increíblemente estimulante. Es por ello que el diseño de las cartas del Tarot es tan certero, sirviéndose de elementos con los que, independientemente de nuestro lugar en el espacio y el tiempo de la historia, conectan con nuestro atavismo más sagrado. Del mismo modo que la carta de la muerte no significa morir, sino la presencia de un significativo cambio, la interpretación de las cartas es tan compleja como lo es interpretar los mecanismos más secretos de la mente. Lejos de la cartomancia, la ciencia del Tarot se rige por aspectos tan primitivos como sacros en nuestra sangre elemental.
Neutralidad y positividad
Incluso el famoso inventor multidisciplinar Leonardo Da Vinci creó su propia baraja del Tarot, tanto por su valor artístico como su fuente de energía. Su influencia en nuestro ser depende de nuestra positividad y neutralidad mientras se realiza la lectura. Dado que se trata de una conexión entre la tarotista y nosotros, debemos ser como un libro abierto y, por ende, facilitar a la experta el proceso de analizar cuanto buscamos. Además, los colores como los gestos o la posición de los personajes en cada carta repercuten de un modo u otro en su lectura. Del mismo modo que su aparición sobre la mesa como nuestra reacción ante esa simbología que ha arrastrado el tiempo sin apenas extinguir su relevancia.
A grandes rasgos, se trata de un catalizador mediante el que ayudarnos a superar situaciones, canalizar energías y encauzar caminos hacia aquello que, personalmente, podemos llamar superación o realización personal. Dada su importancia con el plano emocional, es también preciso librarse de algunos timos que circulan en la red y, a su vez, entender que la existencia de un precio se debe a una mera cuestión de subsistencia, no de aprovechamiento. Asimismo, es competencia nuestra dejar que las profesionales operen con total libertad y, por el contrario, no sumarnos a una imprecisa interpretación personal que pueda comprometer la limpieza del resultado. Todo lo demás, pura conexión y autodescubrimiento.